"Nunca me ha dado miedo tomar decisiones y arriesgar"
Hace unos días, el empresario gallego Benito Blanco recibía en su país de adopción, Argentina, la Encomienda de la Orden de Isabel la Católica. Un reconocimiento más que suma a una larguísima y merecida lista. Porque este lalinense, conocido como "el rey del petróleo", lleva más de 70 años al servicio de sus dos patrias. Hablamos con él en Buenos Aires, en el mítico palacio Barolo de la Avenida de Mayo, un lugar emblemático que ha marcado la vida de este gallego que, a sus 92 años, rebosa la misma energía y lucidez que cuando pisó por vez primera la capital porteña.

Benito, llegas a Buenos Aires con 19 años por una carambola del destino, y aquí llevas más de siete décadas. ¿Por qué decidiste marchar de Galicia?
Yo nací en Alfonselle (Lalín) de donde era mi madre y, efectivamente, no teníamos mucho, pero mis padres lograron sacar adelante a siete hijos y nuestra situación no era mala. Ellos tenían tierras, iban por las ferias y vivíamos holgadamente. Yo también tenía mi puesto en la feria y era un comerciante destacado en la zona. Pero una tía mía que estaba aquí, hermana de mi papá, le pidió que le enviase un hijo a Buenos Aires. Mis padres lo hablaron con mi hermano y él aceptó, pero cuando mi tía consiguió arreglar todos los trámites para reclamarlo (no se podía viajar así, de cualquier manera, había que reclamar a la persona y recibir la carta de llamada), mi hermano se había enamorado y no quería marchar. Entonces mis padres reunieron a la familia y preguntaron si alguien quería viajar en nombre de Pepe. Y yo me ofrecí.
¿Por qué, si ya tenías habías empezado tu vida profesional aquí y no te iba mal?
No sé, nunca me ha dado miedo tomar decisiones y arriesgar. Yo creo que por eso conseguí lo que conseguí. Yo ya era un comerciante importante en la zona, pero no se me cayeron los anillos por venir y ponerme a lavar copas, a barrer el piso con un guardapolvo y trabajar de noche de camarero.
Porque tu primer empleo en Buenos Aires, como el de tantos gallegos, es de camarero.
Ni eso, de lavacopas. Yo llegué un 12 de enero de 1952 y tuve que empezar de cero. No tenía estudios ni tenía oficio así que me recomendaron de lavacopas en una confitería que se llama La Ideal, que fue fundada por un gallego. En esos momentos era una de las confiterías más importantes que había en la República Argentina. Y lo sigue siendo actualmente, porque ha sido restaurada y la compraron unos amigos míos. Pero como era muy atropellado y rompía muchas copas, a los 15 días me echaron al diablo. Entonces, como la mayoría de los camareros (en España son camareros, aquí les llamamos mozos) en esa época eran gallegos, me recomendaron en un copetín al paso, una cafetería que había en la calle Corrientes, a 50 metros de donde estaba yo. Y de ahí, en marzo de 1953, me ofrecieron comprar una sexta parte en una cafetería igual a la que trabajaba, en la Avenida de Mayo 1194, donde hoy me honran dos placas, que me las descubrió el embajador de España en el año 2016.
Así que empiezas desde abajo pero el ascenso fue rapidísimo.
Pero no fue fácil. Estuve cuatro años en los que también hice cursos en la academia Pitman, que por entonces era la mejor para quiénes teníamos que trabajar y queríamos estudiar. Tres años después, con un asturiano y tres gallegos entré de socio en la pizzería El Triunfo, donde sufrí un accidente que me hizo volver a Galicia un tiempo. Poco, porque enseguida regresé y me instalé con Longueira y Longueira, que en ese momento era la agencia de pasajes más importante que tenía la República Argentina, de tres hermanos gallegos, de Betanzos. Me ofrecieron instalar una oficina de tramitación entre España y Argentina, que fue la Agencia España de Longueira y Blanco. Para mí fue un honor, porque eran muy famosos. Así empecé a tener un protagonismo importante entre la colectividad española.
De la hostelería a los viajes y de ahí a la minería…
Porque un paisano me vino a ofrecer comprar una parte de una mina de bentonita, un mineral que se utiliza mucho para las metalúrgicas y en las empresas petroleras, para para aislar los pozos de petróleo y hacerlos más estables. Y allá me fui.
¿Nunca te dio miedo emprender en sectores tan diferentes?
Si tienes miedo no prosperas. ¡Y tuve tropiezos, eh! Mi socio en la mina me estafó y lo perdí todo. Era el año 1973 y ya tenía dos de mis tres hijos, así que tenía que salir adelante y fui a ver a los hermanos Longueira, para pedirles trabajo de nuevo. Me dijeron que para mí no había trabajo, que yo era empresario, y me preguntaron cuánto necesitaba para recuperarme. "Un millón de pesos", les dije. Me los dieron, sin un papel ni una firma, y a los seis meses había resurgido. Puse una empresa de ingeniería de perforación de pozos de petróleo.
Y acaba convertido en el "rey del petróleo".
Sin ser petrolero, porque yo no extraía ni me dediqué nunca al petróleo. Fue un periodista gallego, Blanco Campaña, quien me bautizó así, y ya me quedó. Yo estaba con la bentonita y conocí a un ingeniero francés que se iba del país y me dejó sus contactos, entre ellos dos ingenieros químicos que habían trabajado en YPF [Yacimientos Petrolíferos Fiscales, empresa argentina de energía] y que, casualmente, eran de familia de Lalín. Con ellos empecé y llegué a tener un plantel de 53 ingenieros químicos en la compañía, que se dedicaba a la inyección de lodo en los pozos de petróleo […]
Y pese a esa intensa actividad profesional, aún te queda tiempo para venir a invertir a Galicia.
Soy uno de los pocos empresarios de la emigración que ha radicado dos empresas en Galicia. Una constructora en Lalín, en mi pueblo, donde levantamos 120 viviendas en varios edificios que llevan los nombres de distintas provincias de la República Argentina. Y también monté una fábrica de polipropileno que se llamó Poligal. Cuando se fundó era la más importante de España porque abastecíamos al país de polipropileno. Hasta entonces se importaba el 40 % vía Alemania, y logramos el autoabastecimiento de polipropileno en España.
Visto desde ahora, ¿cómo valoras el paso que diste aquel día que decidiste ocupar el lugar de tu hermano y cruzar el océano?
Pues… te explico. Tengo que decir la verdad. Soy un hombre muy agradecido con Argentina, pero, cuando llegué y vi los galpones del puerto, me llevé una gran desilusión. Eran tantas las maravillas de las que se hablaba en Galicia que… me desilusioné. Pero en cuanto me llevaron a pasear por la Avenida de Mayo… ¡ay! Me encantó y me enamoré de Argentina y de todos los argentinos. Son una gente muy noble, muy generosa y a mí siempre me han tratado muy bien.
Y esa Avenida de Mayo que te enamoró es donde nos has citado para esta entrevista. Sigue siendo tu segunda patria "chica".
Sí. Yo miro esta avenida y me siendo de aquí. Tengo dos negocios todavía en esta calle, Los 36 Billares y la pizzería, y aquí está este maravilloso palacio [el palacio Barolo] donde tuve mis oficinas centrales durante muchos años. Todavía me recuerdan mucho por aquí y me encuentro a muchos amigos de toda una vida. […].
Y en esta avenida está también el mítico Teatro Avenida, que contribuiste a recuperar tras el incendio que lo destruyó en 1979.
Para mí es muy importante la cultura, y siempre que he podido he destinado parte del dinero, y del tiempo, a la cultura. El Teatro Avenida fue una de esas obras y es un gusto verlo de nuevo en funcionamiento en esta maravillosa Avenida de Mayo.
¿Sigue yendo con frecuencia a Galicia y a Lalín?
Ahora menos, desde la pandemia y con mi edad, ya las cosas son más difíciles. [Benito tiene 92 años, pero una agilidad física y mental propias de varias décadas menos]. Pero sí que fui mucho, con toda la familia, con mi primera mujer y mis hijos íbamos mucho, tanto a Galicia como a Asturias. [En uno de esos viajes, en Asturias, murió atropellado su hijo de tres años]. Y después también con Mariana, que la traje por primera vez para escribir mi biografía. [Y acabó convirtiéndose en su segunda mujer]. Allí tengo todavía muchos y buenos amigos. […]
(Extracto de la entrevista publicada en el número 395 – abril 2024)
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